¡No tengas miedo!, le susurré.
¡Somos como una sola persona!.
De pronto me abrumó la realidad de mis palabras.
Ese momento era tan perfecto, tan auténtico.
No dejaba lugar a dudas.
Me rodeó con los brazos, me estrechó contra él
y hasta la última de mis terminaciones nerviosas cobró vida propia.
¡Para siempre!, concluyó.