Américo Vespucio, que legó su nombre al Nuevo Mundo, no participó sin embargo en su descubrimiento, ni tampoco pretendió jamás bautizarlo. Entonces, ¿por qué lleva su nombre el continente? En este ensayo, escrito en 1941 y publicado póstumamente, Zweig reconstruye el conjunto de circunstancias, casualidades y malentendidos que explican el extraño error que inmortalizó a Vespucio.