Bertrand Russell (1872-1970) es uno de los hombres que más profunda huella ha dejado en el pensamiento occidental de nuestro tiempo, y -fruto de una curiosidad intelectual casi ilimitada- se ha convertido en un referente en las más diversas ramas del saber. Estudió matemáticas, física y ciencias humanas en Cambridge. Su teoría de los tipos, con la que daba respuesta a la grave crisis que atravesaba la teoría de los conjuntos, abrió un nuevo campo a la lógica formal. En la filosofía moral y social, abordó las contradicciones entre individuo y sociedad, libertad y orden, progresismo y pesimismo, etcétera. Su insobornable actividad crítica hizo que fuera encarcelado en dos ocasiones y, enfrentado a la carrera armamentística nuclear y a la violencia en general, presidió el tribunal que juzgó los crímenes de guerra en Vietnam.
A lo largo de sus casi cien años de vida, trabó amistad con algunos de los hombres y mujeres más importantes de su tiempo, que desfilan por estas páginas en soberbios retratos: de Joseph Conrad, George Bernard Shaw y T.S. Eliot, a George Edward Moore, F. H. Bradley o Alfred North Whitehead, pasando por Jean Paul Sartre y Albert Einstein.
Además de profesor en Cambridge, donde Wittgenstein fue uno de sus alumnos aventajados, y conferenciante en universidades y centros culturales de todo el mundo, fue autor de una vasta obra escrita que le convirtió en el filósofo del siglo XX más leído por los lectores no especializados, y eso se debe sin duda a su característico e inconfundible sentido del humor, en el que la ironía desemboca a menudo en el sarcasmo más implacable, y en un estilo depurado que en 1950 le hizo merecedor del Premio Nobel de Literatura.