Las culturas de guerra se nutren fundamentalmente de la diabolización del enemigo, la construcción retórica de un relato autojustificativo en el pasado remoto y cercano, el culto a los caídos y la exaltación de la figura del líder carismático: nutridas, por tanto, de relatos de violencia. Generan elementos de identificación que servirán para construir lealtades e ideales colectivos que pueden acarrear para la población una intensa experiencia de modernidad, de nacionalización. Suponen, pues, utopías concretas, unificadoras e igualitarias, pero indisolublemente relacionadas con el contexto bélico y constituidas en relación con la utilización y justificación de los mecanismos de violencia política. La Guerra Civil, pues, como auténtico laboratorio histórico privilegiado de violencia, de movilización y construcción identitaria, de cultura de guerra.