Isadora Duncan pidió una cerveza en su hotel y un grupo de gente contempla una foto de Gorbachov. Lou Reed dijo que medías cinco pies y diez pulgadas junto al Muro y un guía norteamericano con gafas Ray-Ban explica dónde estaba el despacho de Goebbels. Barry Lyndon se disfrazó para cruzar una frontera y una chica se baja los tirantes del vestido para tomar el sol tumbada en la hierba de un cementerio. Chéjov llamó a la puerta de un médico y un hombre deja una piedra sobre un monumento a las víctimas de un crimen. Berlín es lo que tienen en común. Es singular la acupuntura que ejerce sobre la piel del mundo esta urbe condenada a ser pedagógica, que convive con las heridas de su historia y las cura con cuidadosa despreocupación. Queda en Berlín un rastro de imágenes de la vida invisible, la de quienes poblaron distintos países sin saber que en Berlín habían de cruzarse sus destinos.