El arte puede expresar cualquier idea, incluso aquellas que son invisibles a los ojos: el amor, la pasión, la libertad, lo sagrado... Y lo hace con todo lo que tiene a su alrededor: el espacio, los recursos materiales, el tiempo o los seres vivos. El recinto sagrado aunque delimitado en sí mismo, nos abre al infinito, despliega nuestra capacidad de intuir la inmensidad de la divinidad; nos anima a instalarla en nuestro corazón para que, cuando regresemos a lo cotidiano nos llevemos un trocito de infinito en nuestro corazón. En definitiva, la arquitectura sagrada es un intento de agarrar las estrellas.