A nadie se le escapa en la actualidad la extraordinaria importancia que adquirieron los viajes a España entre renombrados intelectuales europeos a lo largo y ancho del siglo XIX.
Impulsados por múltiples razones, quizá una de las principales fuese la admiración que produjo en toda Europa la encarnizada resistencia de este país frente a la invasión de las tropas napoleónicas y la fidelidad de todo un pueblo a su identidad nacional, a su tierra, a sus libertades y a sus tradiciones. Curiosamente en la larga lista de escritores europeos que vinieron a España, los franceses fueron los más numerosos y aquellos que mejor supieron dejar por escrito sus impresiones y vivencias, Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Teófilo Gautier, Próspero Merimée, Mauricio Barrès, Bazin o intelectuales de la talla de Edgar Quinet, contribuyeron a popularizar los viajes ultra pirenaicos.
En 1863, una perfecta desconocida, una dama de la alta nobleza belga, Juliette de Robersart, decide emprender un largo periplo de cuatro meses por tierras españolas.
Nunca se planteó que las confidencias a sus amistades llegarían a ser leídas por alguien más. Son múltiples las ocasiones en que da el nombre de "diario" a sus cartas y, ciertamente, al leerlas se ve reflejado el día a día de la viajera, no limitándose a describir lo visto, sino que se complace en introducir sus vivencias, sus estados de ánimo, anécdotas; sus cartas son una relación histórica del acontecer diario