El mundo de Joaquín es real y matizado porque
surge de la melancolía para desembocar en los impulsos irónicos.
El vitalismo de sus consignas procura darle la vuelta a los relojes y
a las palabras. Cuando camina, lo mismo que cuando baila, no hace otra
cosa que soñar con los pies, perseguir en los horizontes de la
lentitud un argumento seductor para la defender la prisa. Y Joaquín
resulta convincente porque su mundo personal es fruto de una experiencia
colectiva, recuerdo de unos años en los que había que correr
para escapar de la mediocridad, la sopa triste, la moral de las mesas
de camilla y los argumentos asumidos a golpe secreto de renuncias personales.
L. G. M.