No hay poeta más ligado al flamenco que Federico García Lorca. Tampoco hay autor, culto o popular, al que los flamencos reclamen y admiren de manera más terca. Con una obstinación, justamente, a la flamenca: no siempre bien leída y, en ocasiones, atropellada. Lorca ha sido para muchos artistas, de la Argentinita a Mario Maya y de Enrique Morente a la Niña de los Peines, vena y faro, despertar o reclamo, y mantiene hoy idéntico papel para los practicantes del arte que configuró hace algo más de siglo y medio Silverio Franconetti. Como consecuencia de su participación en el I Concurso de Cante Jondo, con labia y con brío, y su irradiación de las parcialmente erradas ideas sobre cante de su maestro musical, Manuel de Falla. Gracias a uno de sus primeros libros, Poema del cante jondo. Por su mitificación del pueblo gitano, al cual consideraba depositario de las esencias cantaoras y bailaoras y compendio de lo andaluz. Sin duda por haber creado una criatura imperecedera, el duende, con la que a todos nos enredó. Merced a su trato y sus colaboraciones con los artistas y aficionaos mayores de su tiempo, Sánchez Me