En los tiempos actuales de democracia querer mantener y alimentar un discurso
crítico sin caer en el infantilismo del radicalismo verbal resulta arduo. La
crítica más cualificada ha sido subsumida por lo políticamente correcto y limita
intencionalmente el alcance de sus opiniones. En ese contexto sigue en pie el
desafío del deber de lucidez para reconducir la crítica a su raíz radical
y no renunciar a la razón pensante.