En 1720 la peste, que prácticamente había desaparecido de Europa después del gran brote de 1665, volvía inopinadamente a declararse en Marsella. En Inglaterra muchos recordaban esa tragedia de su niñez. Las noticias que llegaban de Marsella traían ahora de nuevo el pánico y la inseguridad. Daniel Defoe, que se ganaba la vida como periodista, aunque había publicado ya dos novelas en torno -precisamente- a un personaje sometido a la angustia de una situación límite (Robinson Crusoe y Moll Flanders), había sido uno de esos niños que en 1665 sobrevivieron a la epidemia. Su preocupación por la actualidad y lo que podría ocurrir en caso de que sobreviniera otro «azote» le llevó en 1722 a escribir el "Diario del año de la peste", bajo la forma de las memorias de un superviviente de la catástrofe.