Cuando nació Gustave Eiffel, los desafíos técnicos estaban de moda: edificios, puentes, trenes
toda una Revolución Industrial estaba en marcha. Sólo faltaba una gran torre y él iba a conseguir hacerla.
No importaba que en principio no fuera a servir para nada, ni que muchos pensaran que iba a resultar un pastiche en medio de París, que acababan de reformar casi por completo y les había quedado muy mono, pero él no paró hasta que consiguió tener un despacho a 300 metros de altura. ¡Menudo nivel!