¿Qué es la moralidad? ¿De dónde procede? Y ¿Por qué la mayor parte de nosotros la tiene en mente la mayor parte del tiempo? En El cerebro moral, Patricia Churchland, pionera de la neurofilosofía, sostiene que la moralidad se origina en la biología del cerebro. Describe la plataforma neurológica de la vinculación emocional que, modificada por las presiones evolutivas y los valores culturales, ha desembocado en los diversos estilos humanos de la conducta moral. El resultado es una provocativa genealogía de la moral que nos induce a reevaluar la prioridad que concedemos a la religión, a las normas absolutas, y a la razón pura como base de la moralidad.
Según Churchland, los valores morales están arraigados en la conducta habitual de todos los mamíferos, lo cual se manifiesta en el cuidado a la prole. La estructura evolucionada del cerebro, así como los procesos y la química del cerebro hacen que los humanos no sólo se preocupen por su propia supervivencia, sino por el bienestar de las personas que le rodean: primero sus descendientes, después sus parejas, su familia, etc., en círculos de cuidado cada vez más amplios. La separación y la exclusión causan dolor, y la compañía de las personas amadas placer. Así, respondiendo a los sentimientos de dolor y placer social, los cerebros ajustan sus circuitos a las costumbres locales. Así, el cuidado hacia los demás se gesta, se moldea conscientemente y se inculcan los valores morales. Un elemento esencial de todo ello es la oxitocina, una antigua molécula cerebral y corporal que disminuye la respuesta del estrés y permite que los humanos desarrollen la confianza entre unos y otros, una confianza necesaria para el desarrollo de los vínculos familiares, las instituciones sociales y la moralidad.
Con esta descripción de los procesos que nos hacen seres morales, El cerebro moral nos permite reconsiderar los orígenes y la función de uno de los principales valores sociales.