Uno de los grandes problemas de la vida es que no podemos tener ninguna emoción pura. Siempre hay en nuestro enemigo algo que nos gusta, y en nuestro amor algo que nos desagrada. Es este enredo químico lo que nos hace viejos, y nos arruga la frente y hace más profundos los surcos de nuestros ojos. Si fuéramos capaces de amar y odiar con tan buen corazón como los Sidhe, podríamos volvernos tan longevos como ellos. Pero hasta que llegue ese día sus incansables gozos y pesares siempre habrán de constituir la mitad de su fascinación. En ellos jamás se agota el amor, y las órbitas de los astros no pueden rendir a sus pies danzantes. Los campesinos de Donegal se acuerdan de esto cuando se doblan sobre la pala, o se sientan junto a la criba, al anochecer, absortos en la pesadez de los campos, y cuentan historias sobre lo que no se puede olvidar.
De El crepúsculo celta
(Traducción de Javier Marías)