Cuando la ministra de igualdad soltó la liebre de sus miembros y miembras dio una lección práctica casi completa de lenguaje de género: feminizó un sustantivo que es igual para ambos sexos, y lo duplicó inútilmente. Cuando le desmintieron que miembra fuera usual en Hispanoamérica, exigió a la Real Academia que lo metiera en su diccionario.
De estas y otras cosas trata este ensayo. Que pone en cuestión el feminismo lingüístico, ese subterfugio sin base científica utilizado a menudo para no afrontar las realidades históricas y socioculturales discriminatorias denunciadas por el movimiento feminista.