En la lectura de las obras filosóficas no hay que buscar el recuento de acartonados dogmas, de insignificantes coágulos, que paralizan el fluir de la vida intelectual y desorientan el pensamiento, sino el esfuerzo de la reflexión sobre el lenguaje y sobre las estructuras que sostienen la existencia humana. La filosofía, que se fecunda en la lectura y redescubrimiento de sus clásicos, y especialmente de grandes como Platón y Aristóteles, requiere que nos aproximemos a ella con intención de liberar la inevitable carga de interpretaciones que
ha acabado, muchas veces, por enterrar la voz originaria. Claro que, para entender la maravillosa libertad del pensamiento, nosotros tenemos que ser libres. Esta obra prentende, igual que la moderna historiografía filosófica, una labor de interpretación, de descubrimiento de aquellos problemas que afectan a la existencia humana personal, a la vida colectiva, desde los presupuestos teóricos y sociales con que los ojos de los filósofos miraron el mundo, intentando explicárnoslo para que aprendiéramos a convivir en él.