La Historia de mi vida de Emily Keene es un libro singular, producto paradigmático de un azaroso encuentro entre dos culturas. Mezcla de diario y cuaderno de viaje, contiene gran parte de la vida de una joven extranjera que viajó a la mítica Tánger de finales del siglo XIX y encontró un insólito destino. Emily Keene, cautivada por las atávicas tradiciones magrebíes y el entorno místico musulmán personificado fundamentalmente en la persona del Gran Jerife de Wazan, el hombre con el que se casó terminaría viviendo en un santuario, inmersa en una realidad ambivalente y en un permanente vaivén entre dos identidades. Aun así, logró salvaguardar su propio estilo y cultura. Este relato en primera persona, sencillo y a veces intimista, no solo desvela su entorno doméstico, no por ello menos relevante, sino que aporta una visión única, a veces comprometedora, de una realidad social más o menos encubierta, difícil de encontrar en la historiografía común. Como ella misma dice, «no me atribuyo ningún mérito literario y solo he contado las experiencias de mi vida, mi doble vida, porque me lo han pedido...». Sea como sea, los entresijos y vicisitudes de esa vida y el cambiante entorno en que transcurre hacen que la historia de Emily Keene sea una obra excepcional y, cuando menos, sorprendente.
Emily Keene. Hija del alcaide de una de las cárceles de Londres, nació en 1850 y se educó, por deseo propio, en un internado inglés. En 1872, con veintidós años, viajó a Marruecos acompañando a la familia Perdicaris, impulsada, tal vez, por la ilusión orientalista de su época y, muy probablemente, motivada por el deseo, compartido por otras muchas mujeres británicas, de escapar a la cerrazón victoriana. Como fuera, la joven llegó a Tánger y pronto atrajo la atención del Gran Jerife de Wazan, heredero de la influyente orden religiosa magrebí y uno de los hombres más poderosos del país, con el que contrajo matrimonio y tuvo dos hijos. El Jerife, persona ilustrada y con manifiesto aprecio por las ideas y la civilización europeas, no puso objeciones a que Emily conservara sus propias creencias y costumbres, un estilo de vida que ella supo mantener sin menosprecio del respeto, mutuo, por sus conciudadanos marroquíes. Asentada en Tánger, participó de la actividad político-religiosa de su marido, realizó numerosos viajes por el Magreb y Europa, y llevó a cabo un interesante trabajo social en el ámbito higiénico-sanitario, promoviendo, entre otras cosas, la introducción de la vacuna de la viruela en Marruecos, por lo que recibió distintas menciones honoríficas. Vivió en Tánger hasta su fallecimiento, según sus allegados, en 1944.