En la elección del nombre del niño ?primera inscripción simbólica del ser humano? aparece en filigrana el deseo de los padres. Cuando nace, el niño no es una tabula rasa, no está virgen de toda inscripción. Un antetexto lo precede, que es también intertexto parental. El nombre deviene la traza escrita de la encrucijada del deseo de los padres. Sobre dicho pretexto el niño vendrá a inscribir su propio texto, a apropiarse por la singularidad de sus trazas su propio nombre. Conviene, entonces, recorrer ese libro familiar, seguir sus movimientos, revelar sus caracteres, para permitir al niño hacer suyo su nombre propio. En el árbol genealógico familiar, el nombre es a la vez raíz y nuevo retoño, proviene de la tierra de los antepasados y reaparece en las nuevas generaciones.