El baile flamenco es el hijo mestizo de un maridaje multicultural. El fruto enriquecido de tres pueblos especialmente dotados para la música y la danza: andaluces, gitanos y negros. Pueblos y culturas que se han encontrado en un solar común: Andalucía. Los andaluces pusieron la sal, la frescura, la gracia, la elegancia y la picardía; los gitanos el temperamento y la garra interpretativa; los negros, con las danzas que, desde el siglo XV, sucesivamente nos han ido llegando del Caribe, la sensualidad de sus contoneos, el descaro de sus quiebros y sus ritmos binarios. Todos aportaron lo mejor de sus habilidades bailaoras y todos contribuyeron decisivamente al nacimiento de la criatura. Sin el concurso hermanado de andaluces y gitanos, hoy existirían, sin duda, bailes que llamaríamos andaluces y bailes que denominaríamos gitanos, pero ninguno tendría la belleza ni la riqueza de nuestro flamenco. Fue un diálogo que duró siglos. Un encuentro ininterrumpido entre bailes populares y bailes de teatro, entre gentes del pueblo y profesionales de la danza. Un diálogo abierto y libre de prejuicios entre andaluces y