En ocasiones la vida consiste en tratar de desvelar el sentido oculto de las palabras.
«No me considero ateo. El ateo se priva de Dios, de la enorme posibilidad de admitirlo no tanto para sí mismo cuanto para los otros. Dios no es una experiencia, no es demostrable, pero la vida de los que creen en él, la comunidad de los creyentes, sí es una experiencia. No, no soy ateo.
Soy uno que no cree. Todos los días me levanto bastante temprano y releo el hebreo del Antiguo Testamento con obstinación y como algo íntimo. Así aprendo. Siento que los trocitos que voy perdiendo en la rutina cotidiana me son restituidos por una palabra que lentamente sale al encuentro de mi inmovilidad y me conforta con su contenido. En esta tarea permanezco como no creyente; soy alguien que lee las letras superficialmente e intenta traducirlas de algún modo, en estricta obediencia a esa superficie revelada».