Inédito hasta ahora, el breve «estudio o meditación» que Carlos Edmundo de Ory dedicó a una de las formas primordiales de su personal imaginario, Humanismo del árbol, fue lentamente gestado y madurado por el poeta desde que lo concibiera por primera vez a comienzos de los años cincuenta. Lirismo, erudición y una temprana conciencia ecológica «Volvamos a la Naturaleza. Ella nos enseñará más, mucho más que todos los filósofos del mundo» se dan la mano en un hermoso y cautivador ensayo que se acoge a la autoridad de presencias tutelares como Dante, Blake, Novalis, Baudelaire, Poe, Thoreau, Whitman, Rimbaud, Lawrence o Michelet, sabiamente glosadas, para proponer un reencuentro con el «alma primitiva» que vio en el bosque un ser vivo y plural, habitado por individuos únicos e irrepetibles cuya «maravilla inagotable escapa a la definición nominalista». Entre el encantamiento y la fascinación, Ory recorre toda una tradición cultural, plena de experiencias trascendentes y momentos conmovedores, que ensancha el concepto de humanismo. «El hombre conserva una relación sagrada y mítica con el Árbol», empieza diciendo