«Vivían cada una en un extremo de un gran bloque de pisos cerca del puerto, y entre sus estudios se encontraba el desván, una tierra de nadie impersonal de pasillos altos con puertas de tablones a ambos lados. A Mari le gustaba cruzar el desván, marcaba un inciso de neutralidad necesaria entre los dominios de las dos. Podía pararse por el camino a oír la lluvia sobre el tejado de latón, contemplar la ciudad, que ya encendía sus luces, o detenerse solo para disfrutar del sosiego. Nunca se preguntaban: ¿Has podido trabajar hoy Tal vez veinte o treinta años atrás sí, pero con el tiempo aprendieron. Hay vacíos que es necesario respetar; esos períodos a menudo muy largos en los que no vemos la imagen, no encontramos las palabras, y es preciso que nos dejen en paz.» Mari y Jonna, dos artistas que viven juntas desde hace décadas respetando al máximo el espacio personal de cada una, se citan para ver una película que dan por televisión, o van de viaje por Europa y Estados Unidos, o pasan temporadas en una cabaña situada en una isla solitaria en la que pescan con red, se sientan a admirar las tormentas y pasean entre