Gema, arpista de profesión, lleva su treintena de años viviendo en un Vía Crucis permanente: Desde su infancia, su padre la insultaba; vivió su Primera Comunión como uno de los peores días de su vida; dejó sus estudios de Bellas Artes por sentirse avergonzada de ella misma; fracasó en el amor por su autoconvencimiento de que estaba chalada; y así una variopinta ristra de experiencias desagradables que la indujeron, después del escándalo que protagonizó en su actuación ante el Papa en la Capilla Sixtina y un par de nuevas experiencias igualmente inconcebibles para ella, a decidirse, primero para huir de la sociedad y recogerse como anacoreta en una finca, para posteriormente, tomar la decisión de darle paz eterna a su vida.
Sin embargo, el que se encontrara a un perro malherido, el que conociera personalmente al albéitar que llamó, pagándole con sus carnes, para que salvara al animalito y la ayuda de los dos eruditos en Sinestesia de la Universidad de Granada, la llevaron a desistir en su empeño de dejar de vivir.