En una fotografía de bordes dentados, tres niños posan junto al teatro Fontalba en la Gran Vía madrileña. "Busca a este. Al más alto". Esa imagen en blanco y negro servirá para que la narradora, casi octogenaria ya, se reencuentre con el que siempre ha creído el amor de su vida. Mientras le espera, intenta dar forma a sus recuerdos para hacer lo que un día se prometió: escribirlos.
Ese relato nos abre paso a su infancia, ligada por las circunstancias a la de otros dos niños de distinta procedencia, en una ciudad asediada por las bombas, el hambre y la locura; aquel Madrid del 36. Su familia representa a la malograda clase media de la Segunda República, en la que la fe en el progreso y la libertad se entreveraba de forma natural con una arraigada fe en el Dios católico. Isidro pertenece a la clase alta, descastada en la zona republicana durante la contienda. Y Ventura es huérfano, un espíritu libre que escapa del colegio huyendo del destino de la evacuación. Los tres entienden y viven el abandono de distinta forma: la niña se aferra a la esperanza de que, cuando acabe la guerra, todo volverá a ser como antes. Isidro, aun sabiendo que se equivoca, se obstina en el odio hacia los que dice que se llevaron a sus padres. Ventura acaricia la idea de tener una familia. Inmersos en un crisol de ideas políticas, hacen frente al día a día actuando como niños en un mundo para adultos; sin embargo, en el último juego, deberán proceder como tales: deberán llevar a cabo un plan que podría cambiar el curso de la Historia.
Una novela emotiva, visual y documentada con absoluto rigor, que gracias a los detalles cotidianos sumergirá al lector en los confines de la capital de España cuando fue, durante casi tres años, la Numancia del siglo XX.