El 19 de septiembre de 1985 un terremoto de 8,1 grados en la escala Richter asoló gran parte del territorio de México. En el Distrito Federal, la capital, los muertos se contaron por millares, al igual que los edificios desplomados. Germán Canseco, un joven poeta y novelista en ciernes, estaba allí. Contempló la ciudad poblada de cadáveres sin otro cobijo que el polvo, atravesó incendios y ruinas entre aullidos de sirenas, y percibió la ceniza de la muerte impregnada en el aire sucio de la ciudad vencida. Buscó a las personas más queridas, halló a algunas, pero no a todas.
Escrita con una prosa exquisita, Luz de luciérnagas no es sólo la terrible descripción de lo sucedido en aquellos trágicos días; es también la historia de una angustia enquistada en el corazón de Germán durante veinte años; la historia de una huida y una ausencia; la huella de muertos que viven y de muertos que se fueron. Resulta difícil leer Luz de luciérnagas sin conmoverse. Tal es la fuerza de sus páginas, llenas
de soledad y luz, de besos y lágrimas, de jirones de felicidad y de espesas amarguras.