En un mundo presidido por la estupidez todo es posible. Partiendo de esta premisa, Antonio Real nos traslada con su Manifiesto a unas realidades en las que la línea que separa lo cotidiano de lo asombroso es difusa, presentando situaciones y personajes suficientemente absurdos como para poder sonreírnos con lo ridículo de sus leyes y costumbres, pero también suficientemente cercanos como para hacernos pensar que quizá estemos ante otra cara de nuestra propia existencia.
En este inteligente juego de espejos deformantes tienen cabida la crítica, la ironía, la reflexión y, sobre todo, la sonrisa cómplice que Antonio Real busca siempre en el lector. Sus personajes, mientras tanto, tratan de sobrevivir a burocracias kafkianas, al peso aplastante de la opinión pública o al anuncio del fin del mundo en el peor momento posible, en escenarios que pasan por la novela negra, los futuros totalitarios al más puro estilo de Orwell o Huxley o, simplemente, en un día de oficina en el que el universo y los hombres conspiran para que nada sea como debería ser.
Sin duda, la estupidez humana no tiene límites ni cura. Por suerte, existen remedios caseros, como este Manifiesto, que ayudan a paliar sus efectos con una sonrisa, mucha imaginación y algo de sensatez.