«¡Qué hago yo con dos condes y un banderillero!», comentó Manuel Hedilla, con sorna, al conocer la composición de la junta política creada por Franco tras el Decreto de Unificación. Si José Antonio fue «El ausente», a Manuel Hedilla podría tildársele como «El defenestrado», pues tras el asesinato de Primo de Rivera quedó sumido en un anonimato perpetuo. Como Segundo Jefe Nacional de Falange, tomó la valiente decisión de negarse a aceptar el Decreto de Unificación de Franco, que suponía la desaparición de FE de las JONS. Este acto de lealtad a sus principios fue considerado alta traición, y se desató un proceso sumarísimo diseñado para demostrar su supuesta intención de derrocar al nuevo régimen. Para algunos fue un golpista y para otros un traidor. Se le imputaron crímenes ajenos a su persona y dos penas de muerte. Sin embargo, en un giro inesperado, las voces en defensa de la justicia se alzaron, y Franco conmutó sus sentencias por cadena perpetua. El mayor coraje de Hedilla no radicó en su negativa a acercarse al dictador, sino en su inquebrantable fidelidad a las ideas joseantonianas y al cargo que ocupó