El libro comienza hablando de las visitas infantiles del autor al estadio Benito Villamarín y cómo fue tomando conciencia de los comportamientos propios del fútbol y de la fauna bética. "Tampoco antes había vida, y menos aún los domingos, sin chicles para las aceras, gorras para calvos, transistores ceutíes, trompetas de plástico para sordos o impotentes, banderas para anarquistas a tiempo parcial... No hay vida ahora. No la hay", escribe. En las páginas restantes, Antonio Luque realiza un repaso por los acontecimientos más significativos del beticismo, y los integra en su biografía personal, todo con el estilo costumbrista y descreído que le caracteriza.
"Prescindí de la televisión. Hay una peña bética en Málaga. Tienen un queso sabrosísimo: Ciudad de Sansueña es la marca. Hay que cortarlo fino y saborearlo bien: el sobrepeso es un claro síntoma de un abandono que hay que saber atajar a tiempo. Ignoro si en la peña siguen fumando Ducados como enfermos mentales o lo dejaron ya. El regusto de la mezcla del queso y el tabaco negro era tan horrible como la decadencia del Betis tras aquello del Chelsea y la final de la Copa de 2005: una decadencia paralela a la mía."
"Me parece maravilloso que a pesar del lujo figurado de los mármoles y los granitos, el quiosco volviera pronto a tener esa pátina de taberna pobre y republicana quedan los bebedores verdaderos, esa roña de la vida, ese paso de las jornadas futbolísticas y 28 de los barriles de cerveza, ese ennegrecimiento atávico de los chorreones de aceite, de las colillas de cigarros preñados de esencias mágicas. Es como si lo auténtico fuese tan difícil de camuflar o de erradicar como un escape radioactivo."