DANIEL CRESPO DELGADO, ALFONSO LUJÁN DÍAZ
Roma, convertida en incontestable potencia hegemónica del Mediterráneo tras reducir al enemigo cartaginés, adquiere plena conciencia del horizonte de posibilidades que se abre en la Península Ibérica y emprende, cada vez con mayor ahínco, la expansión de su dominio en Hispania. Su avance a lo largo de los siglos II y I antes de la Era se encontraba, sin embargo, plagado de obstáculos, de giros estratégicos y de duras derrotas, a través de un espacio enormemente diverso, en cuanto al terreno que pisaba y a las gentes que lo poblaban.
El estudio de toda esta realidad, que al principio no es otra cosa que su implantación militar, requiere un esfuerzo importante de análisis arqueológico que permita rastrear la huella dejada por los ejércitos sobre el territorio. En esta tarea, el cuadrante suroccidental peninsular constituye uno de los espacios de mayor relevancia, pues aglutina una buena cantidad de informaciones históricas y geográficas derivadas de los textos de los clásicos Apiano, Plutarco, Salustio, Plinio o Estrabón, pero, sobre todo, un elenco excepcional de evidencias materiales. Importantes campamentos como Cáceres el Viejo, Lomba do Canho o Valdetorres son solamente una parte de todo ese extenso bagaje, puesto que el rastro del paso de los soldados excede de sus murallas. Llega a los filones argénteos de Sierra Morena y se manifiesta en los horizontes de destrucción de los poblados prerromanos y en sus cláusulas de rendición, como las recogidas en el llamado Bronce de Alcántara.
Los puertos naturales de la región Sevilla, Córdoba o Lisboa se convierten en piezas-clave para el aprovisionamiento del ejército, que evoluciona y se adapta a los tiempos y formas de combate, experimenta soluciones logísticas para su propio suministro durante largos periodos de actividad bélica y se concentra en multitud de ocasiones en la defensa de unos intereses estratégicos muy concretos.
En este volumen, trataremos de recorrer la etapa republicana de este far west romano, aproximándonos a su realidad arqueológica, con el deseo de encontrarle cabida en la propia Historia de Roma, en sus objetivos expansionistas, en el papel desempeñado por el ejército, en su actitud hacia los pueblos con que tropezaba a su paso e, incluso, en el curso de sus más delicados conflictos internos.