La primera edición de toda la obra en prosa de Francisco de Quevedo la llevó a cabo Aureliano Fernández-Guerra entre 1852 y 1859. Bastantes títulos de Quevedo se siguen citando por esa colección, a falta de mejores y más actualizadas versiones, aunque los criterios ecdóticos de Fernández-Guerra resultan precarios desde el punto de vista de la crítica textual contemporánea, ya que el primer quevedista no tuvo oportunidad de manejar numerosas ediciones, manuscritos y documentos que se han ido descubriendo en el último siglo y medio. Intentaron continuar su labor Luis Astrana Marín y Felicidad Buendía. Aportaron innovaciones que sería injusto desconocer, pero sus respectivas ediciones son de limitada utilidad, al carecer de aparato erudito y notas explicativas. En algunos aspectos, incluso, suponen un retroceso con relación al trabajo de Fernández-Guerra.
Tal deficiencia sólo podía salvarse por medio de unas OBRAS COMPLETAS. Éstas deben presentar los escritos de Quevedo bajo un formato uniforme en lo que se refiere a ortografía, puntuación, manejo de fuentes primarias, criterios de edición, anotación y acompañamiento de índices. Una labor así, hoy en día, no puede repetir el solitario modo de trabajar de Fernández-Guerra, Astrana Marín o Felicidad Buendía, propio de otra época y mentalidad. La edición rigurosa de una producción tan amplia y variada como la de Quevedo supera la capacidad de una persona y la duración temporal de una existencia. Sólo un equipo de especialistas puede llevar a cabo tal labor. Ése es el propósito de esta edición dirigida por Alfonso Rey y que recoge el trabajo de los siguientes quevedistas: Mª José Alonso Veloso. Ignacio Arellano. Mª Soledad Arredondo. Antonio Azaustre. Manuel Ángel Candelas. Rodrigo Cacho. Francis Cerdan. James O. Crosby. Eva Díaz. Dolores Fernández López. Celsa Carmen García Valdés. Beatriz González. Carmen Isasi. Pablo Jauralde. Sagrario López Poza. Miguel Marañón. Valentina Nider. Carmen Peraita. Isabel Pérez Cuenca. Fernando Plata. Alfonso Rey. Josette Riandière. Fernando Rodríguez-Gallego. Victoriano Roncero. Mercedes Sánchez. Lía Schwartz. Manuel Urí. Carlos Vaíllo.
Esta obra está coeditada con la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales
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A diferencia de Lope, Cervantes, Góngora o Calderón, Quevedo escribió numerosas obras de carácter teórico, asemejándose en este aspecto a humanistas polifacéticos como Erasmo, fray Luis de León o Lipsio. [...] Quevedo perteneció a una época en la cual la reflexión ética impregnaba diversos campos del saber, entre ellos el que hoy denominamos literatura. Su quehacer artístico es, fundamentalmente, el de un moralista cuyos intereses se extienden por numerosas facetas de la actividad humana, lo cual explica su predilección por modalidades satíricas y didácticas, es decir, aquellas que, de un modo u otro, permiten enjuiciar el comportamiento de los hombres. [...] En los tratados morales de Quevedo debemos valorar, ante todo, el esfuerzo por encontrar una comprensión del hombre, la búsqueda intelectual de quien tanteó las humanidades del siglo XVII para, entre otros objetivos, explicarse a sí mismo. Sin esa inquietud no habrían nacido los relatos y poemas que los lectores admiran desde hace siglos.
[Fragmentos de la Introducción a este volumen]
VIRTUD MILITANTE CONTRA LAS CUATRO PESTES DEL MUNDO: INVIDIA, INGRATITUD, SOBERBIA, AVARICIA
[...]
Escribo de las cuatro pestes del mundo, no como médico, sino como enfermo que las ha padecido. Temo (en esto, por lo menos, acierto) que antes me temerán por el contagio que me estimarán por la dotrina. Yo pretendo que el nombre de vuestra señoría me sea antídoto eficaz para que en mí agradezca, quien me leyere, la experiencia con su escarmiento, pues acontece que el doliente dé más segura razón de la enfermedad que padece que el médico de la que curó. Más importa, para aborrecerle, saber del malo cuán molesto y peligroso es el mal que del dotor las medicinas que hay para guarecer dél, porque muchas veces el saber los remedios que hay para los peligros anima a no recelar de los peligros que hay. Conozco en vuestra señoría grandes partes de esclarecida nobleza, de rara dotrina, de dotes personales, que le ocasionan invidia; y por todas ellas, conociendo que pudiera tener la soberbia que Horacio manda que se tenga -Summe superbiam quesitan meritis-, de salud esenta destos cuatro venenos, en reconocimiento de mi obligación le ofrezco este tratado, que podría tener algo bueno por causa de ser yo tan malo. Apestado he sido en algunos destos vicios. Doy gracias a Dios nuestro Señor, que me permitió vida para hacer la cuarentena en mis trabajos, que ni han sido pocos ni injustos. Ha quemado la edad los afectos que, como vestidos y mueble, me acompañaron. Esto no lo llamo desnudez, sino seguridad, que será autorizada si, como vuestra señoría me ha hecho a mí merced, la hace a este cuaderno.
Don Francisco de Quevedo y Villegas
[en Virtud militante contra las cuatro pestes del mundo]