En la historia del socialismo, la simbología y los rituales han tenido una importancia decisiva como factores de cohesión y de creación de una identidad. Un papel destacado lo ocuparon los mitos de origen, el culto a los fundadores y los ritos en torno a la muerte ?o inmortalidad- de los dirigentes emblemáticos. Pablo Iglesias reunió esas tres funciones, lo que contribuyó a su ?sacralización?. Desde el instante de su fallecimiento, se convirtió en un mito en la historia del movimiento socialista. A esa conversión coadyuvó el carácter ?civil sacralizado? y de Estado que tuvo su sepelio. La ?unción religiosa? con que se revistió hasta en sus más mínimos detalles, así como su grandiosidad, convertido en un verdadero duelo nacional, y las ?necrolatrías? de naturaleza hagiográfica que se escribieron, cooperaron a su deificación.
Estas páginas se ocupan de explicar esa construcción mítica con el fin de perpetuarse en el tiempo, tanto en los espacios públicos -dando su nombre a calles, plazas o centros escolares- como en los privados, especialmente durante la Segunda República, cuando su emblema como símbolo de cohesión se rompió siendo objeto de una clara manipulación por el enfrentamiento de las familias socialistas. Habría que esperar hasta mediados de los años cuarenta, cuando en el exilio se inicia una renovada unidad del partido, para que ?el abuelo? volviera a ser el símbolo de todo el movimiento. Una tarea reafirmó su figura como adalid de valores sociales y políticos frente al discurso demonizador que, sobre su persona, promovió el franquismo.
Con independencia de los vaivenes políticos y de las relecturas de su legado, el culto a la memoria de Pablo Iglesias ha permanecido vivo, goza de un discurso militante coherente y se ha convertido en uno de los principales elementos constitutivos de la identidad socialista.