El narrador de «Paludes» (1895) escribe un libro, titulado «Paludes», cuyo héroe, el Títiro de las Bucólicas, vive en una apartada y serena ociosidad. Paludes es el territorio del tiempo perdido, de la inactividad gozosa, pero también del paludismo, de la enfermedad; y su creador se debate, al contrario que su héroe, entre las incitaciones y las paradojas de una vida dirigida a lo imprevisto, o de otra definida por la monotonía y la repetición... que acaso puedan ser la misma.
Esta temprana obra de André Gide ya fue saludada por J.-K. Huysmanns como un signo de crisis en la estética de la novela: a partir de ella, dijo, «está todo por hacer». El mismo Gide confesaría, al releerla en 1932, haberse sentido épaté. Hoy R. Barthes ha destacado su absoluta «modernidad», y en pleno fervor de la metaliteratura, tiene un valor de precedente sólido e innegable.