La historia comienza con los disparos que en medio de la noche da un padre alcoholizado, enloquecido por el odio. El narrador ("un hombre despojado de atributos que escarba sin cesar su conciencia, esa zona de oscuridad donde se ventila la escritura") sufrió entonces su primer ataque de epilepsia. Lo que sigue es un relato de formación, en el que no dejan de cumplirse los tránsitos de la infancia a la adolescencia, de la adolescencia a la juventud, y de la juventud al despuntar de la madurez, con las sucesivas revelaciones de la soledad, de la amistad, del sexo, del amor. En el recorrido, un desfile de personajes memorables (Papi George, el doctor Kronz, la cantante Fabiola Duarte; Ramón Ochoa, el tatuador), cada uno atrapado en su propio sueño, que es también su propia ruina. Y al final, el aprendizaje de aquello mismo que se hallaba en el origen de todo: el miedo, mirador desde el cual el narrador contempla su propia vida. El miedo, convertido en una suerte de pasión, que se revela como la sustancia de toda experiencia y el contenido mismo de esa enfermedad que padece el protagonista y que amenaza con despojarlo de aquello mismo en lo que reside su salvación: las palabras que nombran y que, al hacerlo, comprenden.
Todos los elementos que caracterizan la narrativa de Javier Vásconez comparecen en estado de gracia en esta sugerente novela escrita con la penetrante plasticidad de una prosa parsimoniosa y envolvente. Novela que se diría marcada por una impronta autobiográfica, dada la peculiar forma en que, lejos de resolverlo, progresa en dirección al enigma de su propio sentido, que permanece en suspenso.