El autor remarca el estrecho vínculo entre una adolescentización general de las conductas y una empalagosa emocionalización de todas las esferas de la acción social, una suerte de sentimentalización general del mundo que tilda de paradoja: el ternurismo ubicuo y la omnipresencia ambiental de los afectos y las emociones son, hoy, perfectamente compatibles con la asunción acrítica y generalizada de que el ser humano puede comportarse como una fiera egópata y malsanamente individualista en un escenario social que, si por algo se caracteriza, es por su clamorosa injusticia económica.