¿Cómo debe vivir un musulmán para no verse arrastrado por el mundo? ¿Cómo puede superar la dependencia material y epistemológica que le ha convertido en sujeto subalterno de la historia? O dicho de forma sucinta: ¿cómo empoderarse? A estas preguntas, comunes al amplio espectro islamista, busca dar una respuesta propia el salafismo, con argumentos provocadores y controvertidos, y, sobre todo, proponiéndose revivir la pureza primigenia del islam, encarnada en los primeros y ?auténticos? musulmanes, los sálaf (de donde viene el término ?salafismo?), un ideal que se habría pervertido. Pero como revivir es construir, el salafista, mal que le pese, se forja a sí mismo, en lo individual y en lo colectivo, a través de una comunidad de discurso ?mundana?, material y ocasional, que igual le aboca a mutaciones quietistas y hasta eremíticas que parademocráticas o yihadistas. Esta mundanidad de la pureza, ontológica y no solo funcional, es pues el fundamento inevitable del salafismo. De la historia intelectual de esta corriente transnacional, que acompaña el decurso mismo del islam y hoy está ligada a la modernidad líqui