Daniel Aguirre Oteiza propone unas lecturas que desembocan todas en un lugar de inquietud. Una: la búsqueda de una verdad poética, de lo más difícil que puede uno plantearse a esta altura del escándalo silencioso, casi murmullo de la poesía. La verdad poética -esa imposible a la que aspira Aguirre Oteiza, que tiene más de realidad que se niega a ser dada que a proposición (des)ordenadora- es que la discontinuidad es la madre de todo esto y, por supuesto, el azar que no deja de ser su padre y la única habilidad que se nos permite es ajustar una discontinuidad a otra. La poesía aparece como una incompletud de sentido que hace gala de una naturalidad física provocadora. A una apariencia -de "aparecer, proponerse como cierta, estar ahí, tener lugar"- que arrastra con la fuerza de una desembocadura abismal -todo esto dicho en el tono más sereno, internado e internalizado- llamarla "deriva" tiene la calidad siempre ajena del pudor. Poesía es eso. EDUARDO MILÁN