En un pequeño pueblo de los Monegros oscenses, donde apenas llueve y el paisaje parece adquirir, por momentos, apariencia casi humana, un grupo de adolescentes despiertan a la vida (...). Cierta atmósfera opresiva, y la mirada omnipresente del Dictador (cuyo retrato cuelga en la pared del aula donde estudian) condicionan una existencia a veces surrealista. La pérdida de libertad y una incómoda sensación de que alguien los vigila, generan en ellos un hondo y profundo malestar, apenas mitigado por el deporte y el concurso de su propio mundo interior. El escritor monegrino- apoyándose en la propia experiencia pero sin caer en los tópicos de la nostalgia o el resentimiento- nos muestra un pedazo de ese mundo elemental y remoto para algunos anterior a nuestra democracia.