'Treinta gramos de oro' reúne una serie de relatos breves, inclasificables y poco serios en los que se entrecruzan esbozos, apuntes y reflexiones tratados con ironía. La prosa de Manuel Arranz tiene la vivacidad y precisión de los dibujos tomados del natural.
El lector encontrará en estos relatos sarcasmo, frustraciones, vanidades, flagrantes incongruencias, complejos, insensateces, confesiones? pero también un poco de literatura y de filosofía de andar por casa, que es de la que más necesitados estamos. ¿Absurdos? Seguramente. Pero cuando se habla de los sentimientos y las emociones del hombre, de sus debilidades y contradicciones, no hay nada más absurdo que un razonamiento lógico.
«Hasta los catorce años no vi el mar. Una mujer desnuda, mucho más tarde. No, no me pasaba nada, sencillamente eran otros tiempos y yo era un niño del interior. En cuanto al mar, mucho antes de verlo, lo había oído en una caracola enorme que adornaba la biblioteca del despacho de mi padre. Les aseguro que se oye. No es el mar de las playas, ni las olas cuando rompen en las rocas, por eso algunas personas se confunden y dicen que no es el ruido del mar. Lo que se oye son las profundidades del mar».