Prólogo de Iñaki Gabilondo. Entregados a la cultura de las pantallas,no sospechábamos que la mayoría de nosotros querríamos alienarnos todo el tiempo posible, saltando de un dispositivo a otro, intentando nopisar tierra. Esta compulsión electrónica se manifiesta como una forma de habitar un limbo que nos extirpa del presente para transportarnosa ese no lugar donde todo es posible, pero nada es del todo real. Y le pedimos demasiado: que nos rescate de nuestra infelicidad a cambio de tener conexión de alta velocidad. Hoy más que nunca, «ser es servisto» y nuestras pantallas nos han dado entrada a un grandioso bailede máscaras, una feria de las vanidades en la que perfiles ysemblantes mejorados se rigen por los estatutos del avatar y elreinado del Photoshop. El héroe de la iconografía moderna tiene elaire autosuficiente y despectivo de los modelos que, aparentesposeedores de la divina belleza, se colocan por encima de los mortales para bastarse en la república independiente de su cuerpo. Pero lamirada permanente e inquisitiva del otro genera una masa de angustiaque impregna la comunicación en