A pesar de haber sido escrita antes que El niño perdido, W. Faulkner (uno de los grandes lectores de Wolfe) consideraba esta novela «su continuación natural». Aparece también aquí el hermano perdido, aunque son otros los verdaderos protagonistas de la novela: el padre muerto y la casa familiar; los rudos conductores que atraviesan Estados Unidos de noche con sus camiones repletos de mercancías y un millonario harto de su acomodada vida; los espléndidos y singulares estudiantes de una universidad inglesa y un misterioso personaje que, inmutable, observa cada día el mundo tras una ventana... Pero, sobre todo, «protagoniza» estas páginas extraordinarias el narrador, un Thomas Wolfe que, como él mismo confesaría, dibujó aquí todo su entusiasmo, toda su confusión y todos sus anhelos juveniles (sin saber que moriría poco después, y aún joven). Octubre de 1931, de 1923, de 1926, el mes de abril de 1928: un viaje en el tiempo por las estaciones clave en la naturaleza del país y por cuatro momentos esenciales en la vida del autor que muchos lectores reconocerán como parte de su propia vida.