La verdad se parece al diamante en que tiene numerosas facetas y casiinfinitas aristas. Igual que la piedra preciosa brilla en todasdirecciones, la verdad proyecta sus destellos esclarecedores endirección a muchos puntos. Seamos sinceros. La propaganda, la mentira, el bulo, la noticia falsa, va con nosotros casi desde que el mundo es mundo. Son cualquier cosa menos nueva. Jalonan nuestra historia unasveces como consecuencia de la observación inexacta de un suceso o dela difusión de un testimonio imperfecto acerca del mismo, y otras sonpura falsedad. Reconozcamos que jamás conoció el hombre un régimen de«verdad» objetiva. Estudiosos hay que incluso sostienen que lo normalhan sido, a lo largo de la historia, precisamente las falsificacionesy que la exigencia general de información fidedigna es cosa más bienreciente a pesar de honrosísimos casos puntuales, como el de Plutarco, por ejemplo, que hace casi dos mil años era tan extremadamentecrítico con la Historia Universal de Herodoto, consideradoparadójicamente uno de los padres de la historia, como para asegurarque sentía la necesidad