Los asedios, de Numancia a Stalingrado, dejan siempre una cicatriz imborrable en la memoria colectiva de los pueblos. El que sufrió Bilbao durante la Segunda Guerra Carlista, el cuarto en lo que iba de siglo, no solo modificó su piel y su aspecto, sino que también confirmó su fama de ciudad indomable y su título de ?villa invicta?.En febrero de 1874, las tropas carlistas pusieron bajo sitio la ciudad vasca en lo que terminó por ser una pesadilla de dos meses interminables para los defensores que se quedaron dentro. Envalentonados por varias victorias en este frente, los seguidores Carlos de Borbón y Austria-Este vieron en la plaza vizcaína, clave por su pujanza económica, la vía más rápida para ganar crédito internacional e impulsar su causa. Para ello no escatimaron en crueldad, bombardeando con saña la ciudad sin respetar lugares como iglesias u hospitales. El sufrimiento y heroísmo de sus habitantes se tradujeron en una victoria clave para una Primera República moribunda que resistía a duras penas las acometidas conjuntas de sus muchos enemigos.El arqueólogo Gorka Martín reconstruye con una abrumadora documentación cada detalle de unos días crueles y de un ambiente político irrespirable en toda Europa. 150 años después, Bilbao perdona pero no olvida el dolor causado por las bombas de uno de los asedios más cruciales ocurridos en la historia de España.