autora se ha lanzado a la ardua podríamos decir, inmisericordetarea de descifrar la simbología espiritual del autor más enigmático del corpus aljamiado: el Mancebo de Arévalo. Ya Julián Ribera y Miguel Asín Palacios habían tildado sus disertaciones espirituales como «oscuras y confusas», mientras que L. P. Harvey no tuvo reparos en declarar que el lenguaje críptico del Mancebo era «horrible». María Teresa Narváez, a quien debemos una edición impecable de la Tafsira, resume el estupor de los estudiosos: el castellano aljamiado del morisco es, sencillamente, «el más misterioso del Siglo de Oro». Autor híbrido por elección, el Mancebo translitera su castellano, plagado de aragonesismos, en caracteres árabes y, para colmo, lo entrevera de citas confusas en griego, hebreo y latín. Tampoco para mientes en salpicar su discurso con citas oblicuas de La Celestina y de Tomas de Kempis, bien que atribuyendo falsamente sus palabras a venerables maestros islámicos. Pese a todos estos enigmas y pese a todos los caveats críticos de quienes la antecedieron, Wilnomy Zuleyka Pérez acepta el reto de decodificar nada menos qu