Puede que la música haya unido a Europa más y más temprano que la política. Siglos antes de que los gobernantes de un puñado de países en permanente conflicto ensayaran, mediante acuerdos y tratados, la construcción europea, las artes, y muy especialmente la música, habían logrado un sofisticado lenguaje común. Ganando acaso las batallas que perdían los ejércitos, los músicos de los siglos XV y XVI desarrollaron un estilo en buena medida internacional. Las voces antiguas que cantaban en castellano, inglés, francés, flamenco, portugués o alemán entonaban, paradójicamente, una lengua musical relativamente común.
A pesar de la prosperidad de las primeras décadas del siglo XVI, con los cuatro poderosos reyes Maximiliano, Carlos, Enrique y Francisco, la Europa de los Reinos, teóricamente cohesionada por el cristianismo, no acababa de cuajar como conjunto. El lamento de Erasmo de Rotterdam seguiría pareciendo una realidad insalvable: «
vemos al francés que odia al inglés, sólo porque él es francés; el escocés al inglés, sólo porque él es escocés; el itálico al alemán; el suabo al suizo, y así todos los demás. Una región odia a otra y una ciudad a otra ciudad».
Por deseo de aventura y conocimiento, pero también y sobre todo como aves en busca de alimento, muchos músicos del Renacimiento viajaban de un lado para otro intentando mejorar de mecenas o patrón. Nomadismo, invasiones, dispersiones, irrupciones
son algunos de los nombres que los etólogos dan a los movimientos de ese tipo con que también se dibuja la Historia.
El núcleo principal de las canciones y aires instrumentales de este disco es reflejo de los intensos contactos migratorios que muestran los cancioneros, los tratados de danza, los libros de tecla, arpa, guitarra, laúd o vihuela.
Así, las piezas de nuestro disco han sido seleccionadas por dar cuenta de avatares viajeros a través de tiempos y espacios, pero también por su capacidad de ser ventanas abiertas. Abiertas cada una a su historia, según el concepto genial de L. B. Alberti: «La istoria moverá el alma del observador cuando cada persona representada allí muestre claramente los motivos de su propia alma». Un arte hecho a la medida inmensa del ser humano.