De la excelsa trinidad que reina en los infiernos de la literatura de terror moderna y contemporánea, Poe, Lovecraft y Ligotti, el primero revolucionó el relato gótico introduciendo el terror que anida en la mente humana y en la locura, H.P. Lovecraft nos hizo sentir el horror cósmico que provenía del espacio exterior encarnado en sus impías deidades ancestrales, y Thomas Ligotti, considerado como un escritor de ficción oscura y extraña, ha vuelto el foco del horror hacia nosotros mismos, mostrándonos una visión lúcida de la condición humana, de su cruda realidad más allá de las apariencias, despojada de interpretaciones indulgentes e ilusorios eufemismos, en toda su lamentable hiperrealidad. Tras el horror cósmico, podríamos decir, sobrevino el horror vacui. Por este motivo, sus historias resultan a veces absurdas y kafkianas, sus personajes, seres perdidos y patéticos, y sus atmósferas impregnadas del inconfundible sabor de nuestras peores pesadillas. Pero, a diferencia de sus predecesores, Ligotti alberga en su obra, según confesión propia, una intención didáctica, moral, más allá del goce estético de aqu