Casas rivales plantea un choque entre la firmeza de las cosas -o de los valores que las inspiran- y la multiplicidad de los sucesos que las perturban: de todo aquello que nos arranca de la certidumbre y la pasividad. Rafael Mammos se sumerge en la realidad y extrae de sus entresijos una sucesión de instantes a los que llama poemas: piezas arrebatadas al flujo inexplicable de ir viviendo, espasmos llenos de aristas en los que descubrimos entrelazados el amor y la confusión, eclosiones -explosiones- de extravíos y hallazgos, que a veces adoptan un rostro enigmático, pero que siempre se revelan firmemente anclados en las casas, en las cosas. Casas, sí, y ventanas, y autopistas, y ángeles: lugares para habitar y para desaparecer, cauces del tránsito y la esperanza, espacios universales ahora visitados por Ovidio y Virgilio, por César y la mandrágora, por Bruto y Horacio. En Casas rivales dialoga el tiempo, y lo cotidiano se permea de sutiles pesquisas sentimentales.