No son pocos los cineastas que se han interesado por el universo de la tiza y la pizarra, como tampoco hay docente que se precie que no haya utilizado las películas en su aula con fines didácticos. Directores y directoras se han acercado a las clases para hablar de sus recuerdos de infancia, de las dificultades de la integración, del acoso escolar, de la violencia en las aulas, de su importancia para el progreso de los pueblos, de las complejas relaciones entre padres e hijos, de la implantación de metodologías motivadoras frente al anquilosamiento de educadores aferrados a los dogmas, del profesorado que marca a sus pupilos para siempre; de un microcosmos que es, a su manera, representación de eso que hemos dado en llamar sociedad. Ya que las películas se han ocupado del hecho educativo a lo largo de su más de un siglo de historia, es justo que la educación devuelva el favor y se preocupe de ellas más allá de su mera utilización en el aula como entretenimiento o como textos ilustrativos con los que acompañar las explicaciones. Es tan amplia la nómina de filmes que no hay materia para la que no exista un ab