Atla y Estrella del Amanecer escapan de la Ciudad de Taba; llevan consigo a Linda convertida en esposa del joven peregrino, a la que conducen al Valle Prohibido. Tras recorrer los santuarios del reino, los dos hombres regresan a la ciudad de Taba, presta a celebrar el jubileo del omnímodo Gran Sacerdote, más que nunca apegado a su vida, rapacidad y poder.
El círculo del relato empieza a cerrarse al decidirse Atla a contar a Estrella del Amanecer lo ocurrido con los personajes que desfilaron por El Profeta, la primera parte de la trilogía. Los labios del leal correo hacen revivir al General Regente, a Sabrina, a Nopal, al Gran Inquisidor...
Del análisis del pasado que esta confidencia suscita, sale a flote el eslabón que se mantuvo oculto, desencadenante efectivo de muy trágicos acontecimientos y nudo de la intriga. Se destapa en qué vino a parar la llamada Causa del Regente al quedar demostrado que aliados felones vendieron los ideales del invicto General.
Iluminada por esa nueva luz, la acción se dispara. Se inicia la caza de los traidores y Estrella del Amanecer sella su destino al entrar, sin ser sacerdote probado, en la Cámara en que se guarda el Libro de Piedra.
Concluye la obra con el desastre anunciado por una antigua Profecía perpetuada por la voz de los santones. En una noche, el abismo se traga la Ciudad Santa de Taba y, en etapas sucesivas, ocurre lo mismo con el reino entero. En el lugar que ocupó se mecían las aguas marinas. De la antigua isla-continente sólo emergían y daban indicio de que pudo existir, los Gigantes de Piedra, custodios del Valle Prohibido y de la promesa de Resurgimiento que en él alentaba. Y es que el Fin de lo que sea, siempre está seguido por un Principio. Determinado está que no haya fin sin principio ni principio sin fin.
De ese Principio y de ese Fin en continuidad perpetua nos habla Ángela Edo, y también de otras materias no menos interesantes, como bien saben y valoran sus lectores.