En la peripecia de David Faux (que, de aprendiz de pastelero, aspira a ser un gran personaje en las Indias Occidentales, adonde emigra tras robarle los ahorros a su madre) y de su hermano, el idiota Jacob (que, de pura gratitud, se erige en su imprevista Némesis), la autora de Middlemarch no es sólo capaz de volcar su reconocido talento para la sátira de costumbres, sino que acierta a trascenderla por medio de uno de esos dones del que sólo gozan las grandes figuras de la literatura: la complejidad de estilo. Esta novelita no es, en fin, sólo un cuento moral ameno, recto e hilarante al que se aplican con brillantez los amplios recursos de la técnica realista: es, sencillamente, toda una lección del arte de escribir.