Hacia el año 3300 aC., las aguas del mar penetraban hasta el Estrecho de Coria y, cerca de Lebrija, pequeñas comunidades del neolítico final cultivaban sus campos y se alimentaban de moluscos y almejas que recolectaban en las costas cercanas. Poco a poco, las aguas de aquel gran golfo, comenzaron a ser menos profundas y, delante del Estrecho de Coria, se fue formando un gran delta que se originó por el empuje de los aluviones del Guadalquivir; eso debió de ocurrir hacia los siglos IX al VII a.C., cuando el Aljarafe sevillano, cuyas costas caían escarpadas sobre el océano, comenzaba a ser relevante: Eran los tiempos de Tartessos. Aquella vasta llanura cenagosa fue ganándole terreno al delta y dio lugar a un lago de proporciones desmesuradas que se inundaba por las aguas ascendentes de la pleamar: el que Poseidonios vio cuando remontó el Baetis desde el Herakleion de Gadeira hacia el año 100 a.C. y al que Rufo Festo Avieno llamó Lacus Ligustinus. Luego, aquel lago se fue transformando en una formidable marisma en la que crecían jaguarzos y bayuncos: eran los días de al-Nasir Lidin Allah, los días en los que el fértil valle estuvo regado por las aguas de al wadi el Kebir. El río Guadalquivir fluye por una extensión de unos 560 kilómetros y riega los campos de cultivo más fértiles y ricos del sur de Europa. Con una profusa cuenca entorno a los 57.527 kilómetros cuadrados, nace en las cordilleras béticas y se desarrolla hacia el suroeste jalonado por el borde meridional de la meseta. Entre Córdoba y Sevilla, sus aguas, discurren por una suave pendiente formando las llanuras aluviales en las que crecen vastos campos de siembra. Luego más allá, el valle se transforma en una espléndida marisma donde quizás se halla la más importante reserva de aves de todo el continente. Cerca y, antes de desembocar en el océano Atlántico, el Guadalquivir forma un amplio estuario en el que las influencias de las mareas se dejan sentir decenas de kilómetros aguas arriba. Querido y venerado las más veces y otras no tanto, este río, que aún registra turbulentas crecidas, ha forjado leyendas e historias que sedujeron a los griegos de Samos y a los comerciantes de Tiro. Conocido entre los musulmanes de Al Ándalus como río grande, el Guadalquivir aún sigue fascinando y cautivando a quienes se acercan hasta él.